La fragancia del consejo tiene su agasajo en el punto
de celebración.
Un consejo continuado sin celebración es un propósito
redondo que abre una trinchera en la duna de la isla.
Se consuma el cerco de consejo en consejo y cuando te
propones no seguir, te reprenden. Formador e irreverente hacen un lazo blanco
que vuela como palomita. Y su giro para los que los miran es puro chiste si no
implican al sistema. Pero si los consejos penetran y comienzan a crear proteína
se ensancha la frontera, se hace gruesa la cascara y se olvida la quimera. No
hubo pares dinámicos en la convocatoria, todo es de afuera o de adentro en
espera de que se venza la resistencia. Sin prisa pero sin pausa es el lema de
la resistencia.
En un sistema con grueso cuerpo de consejos toda la
individualidad esta cubierta de masas redondas, el entrenador no se despega del
atleta y el libreto se hace antes del combate. La casualidad depende de que
exista un acuerdo predeterminado, y esto es recurrir a una línea férrea donde
se convive con el continuo de manera feroz. El final se ata a la quiebra y
puede ganar cualquiera. Pero no gana nadie porque los separa lo
irreconciliable: El consejo.
El que no oye consejo no llega a viejo dice el refrán
pero no fragua hasta que me pregunte como lo haría Yo. Hay quien te lo advierte
una y otra vez para apostar a que no puedes sin su participación; esto le
incluye, por lo que sugiere a la vez, que
nunca te separes de el.
Me propongo ahora colocar aquí este evento inspirador
que supone la manera de salir del cerco.
Durante el coloquio sobre Jose Lezama Lima, organizado por el Centro de
Investigaciones Latinoamericanas de la Universidad de Poitiers, del 19 al 22 de
mayo de 1982. Fina Garcia Marruz revelo haber asistido al episodio generador de Dador. Es interesante
consignarlo. En una tarde habanera en que los amigos de Orígenes salían de la
librería Ucar. Sitio habitual de los encuentros, y que habían paladeado, como solían, los
pasteles de guayaba comprados en la calle obispo, cayó de pronto una lluvia
torrencial. El grupo, con Lezama Lima a la cabeza, se refugió en el café más
próximo, el Salón Alaska, anunciado por un cartel rojo. En ese antro poco
frecuentado por ellos, una victrola difundía un boogie lento. De pronto,
alguien ejecuto un danzón en su acordeón, instrumento raramente empleado en
este tipo de música. Hubo un niño que recorría las mesas vendiendo algo, y en
torno de Lezama Lima se creó un circulo hechizado, con esa lluvia afuera, el
lugar extraño y la inesperada danza. Por un lado, este espacio epifanico; por
el otro el salón con su clientela habitual: círculo infernal. Un perro
merodeando entre uno y otro ámbito, hizo de mediador. El acontecimiento que
movía el largo poema será transfigurado, sin que las trasposiciones metafóricas
oculten del todo lo referente a la experiencia viva. Este suceso suscitador se
situara al final del poema, lo puntualiza y lo rebaja a lo eventual, a lo ajeno
a toda gracia. Saul Yurkievich. 1984.